Capítulo II - Lluvia de Sangre
El interior del santuario no parecía muy amplio. Tenía dos corridas de bancas largas, en lo costados había figuras humanas hechas de piedra con un algunas velas todavía encendidas, varios pilares sostenían la estructura y al fondo de todo estaba el altar tras el cual probablemente se solía parar alguna autoridad religiosa. La iluminación desde abajo y el movimiento de las llamas parecía distorsionar los rostros de las estatuas, dándoles un aspecto poco tranquilizador. «Dame la bendición de una noche silenciosa, princesa D'Almaria», decía en su interior mientras ingresaba al santuario. Cada paso que Anatol daba se sentía como una eternidad. No quería que las piezas de las grebas, u otras partes de la armadura, chocaran entre sí y alertaran de su presencia. En algún momento notó que incluso su respiración se había adaptado al ritmo de sus pasos. No le costó retomar el rumbo, las manchas de sangre se arrastraban por el suelo empedrado e iban en dirección a una puerta entreabie...