Capítulo III - Sangre de Traidor

    Se vio a sí mismo en una profunda oscuridad. Un sonido rompió la monotonía, ¿sería movimiento de ropas?, quizá alguien le acechaba. Estiró el brazo para tomar la espada, pero su cuerpo no se movía, como si una fuerza fuera de este mundo impidiera que sus músculos obedecieran toda orden. Inmóvil allí volvió a escuchar el movimiento, esta vez seguido de voces que susurraban, parecía una conversación. Sintió una fiebre que le hizo temer que su sangre fuese a hervir.

    Todo allí, en la oscuridad.

    El tiempo se le escapó de la cabeza y tuvo la sensación de despertar de un sueño oscuro solo para entrar en otro, lo cual ocurrió incontables veces, hasta que por fin despertó en la realidad.

    Vio un gran candelabro colgando del techo.

    «Ese fuego es mágico», fue su primer pensamiento al ver las llamas azuladas y violetas bailando sobre las velas.

    Alguien se encontraba de pie al lado derecho de la cama, una figura femenina vestida de negro con un velo de igual color sobre el rostro, aunque por la cercanía se alcanzaba a notar la palidez de su rostro. Apenas vio que Anatol le miraba, se alejó de la cama con completa tranquilidad.

    ―¿Te atreves a mirar a otra mientras yo estoy presente? ―desde su izquierda y en un tono elevado habló la princesa D'Almaria.

    Le dolía un poco la cabeza y esto no ayudaba, pero la sonrisa maliciosa de la vampiresa le daba a entender que ésa era la idea.

    ―Alteza, me arrodillaría pero… ―intentó enderezarse en la cama en vano, pues los mareos se lo impedían―. ¿Dónde estamos?

    La habitación ciertamente no pertenecía a aquella villa abandonada cerca de la cual perdió el conocimiento. No, esto era la residencia de alguien que podía permitirse lujos: cama alta con sábanas sedosas, muebles con tanto detalle que daban a entender que fueron tallados a mano por alguien que debía ser más artista que artesano, paredes negras con diseños carmesíes de plantas, aves y quizá otros que no lograba distinguir, un candelabro que, por su color, probablemente estaba hecho de oro y que valía más que cualquier cosa que Anatol hubiese tenido en toda la vida. Era su primera vez en un sitio así.

    ―Ya te gustaría saber. ―El rostro de la princesa no mostraba rastros de la anterior sonrisa―. ¿No tienes otra cosa que decirme?

    Lo pensó un momento, debía cuidar sus palabras ante ella.

    ―Gracias por salvarme la vida y derramar sangre por un simple humano.

    Los ojos de la princesa se entrecerraron. Si buscaba algo, definitivamente no era eso.

    ―Dime qué sucedió.

    Anatol suspiró cansado, no por tener que revivir verbalmente la noche anterior, sino por el solo recuerdo de lo mucho que le había ocurrido a él, un humano cualquiera, en tan poco tiempo.

    ―Claro. Empiezo después de la carta, se hizo de noche y…

    ―¿Carta?, ¿qué carta?

    La miró con extrañeza. Incluso antes de perder el conocimiento, siempre pensó que la llegada de la princesa se debía a que había leído la gravedad de lo ocurrido en su mensaje.

    ―Antes de salir de esa aldea enviamos un jinete hacia el castillo con una carta, ¿no fue ésa la razón por la que llegó hasta allá?

    Su alteza dirigió una mirada a la dama de negro en la habitación, alzó las cejas y asintió. La contraparte simplemente desapareció en una cortina de humo.

    ―¿De dónde eres? ―preguntó como si nada la princesa D’Almaria mientras movía una mano, como si agarrase algo en el aire, lo cual hizo que las llamas del candelabro se hicieran más luminosas.

    Él, en tanto, seguía confundido con el asunto de la carta.

    ―Eh… Del sur― dijo tras una pausa―, una aldea cerca de las fronteras, muy pequeña para tener nombre siquiera.

    Parecía que los ojos con un brillo violeta de Himea se aseguraban de observarle el alma a través de su carne y huesos.

    ―Ya veo.

    Ella le siguió observando y parecía que el silencio hasta se robaba el aire de la habitación. Después de estar así unos instantes, Anatol se animó a continuar su explicación.

    ―Seguí el camino por el bosque, fuera de la frontera, y después de mucho caminar…

    Fue interrumpido por una pequeña explosión de humo dentro de la sala. La dama de la princesa había vuelto a aparecer, esta vez sostenía un pergamino enrollado entre los dedos índice y pulgar, como si se tratara de un trapo sucio. Apenas apareció, la princesa se puso de pie para recibirlo.

    ―Esto… ¿escribiste esto para mí? ―se paseó dándole la espalda mientras leía. La amplia cabellera roja y su largo vestido púrpura se mecían como consecuencia de sus pasos, que parecían saltitos. Vista así, parecía una flor meciéndose al viento―. Tengo que salir un momento, por ahora límpiate.

    Parecía un poco alterada. Un hilo de sangre salió de su dedo índice y abrió otra puerta, luego volvió a la mano de su alteza como si el líquido fuese otra extensión de su cuerpo. Después de esto, la princesa D'Almaria abandonó la habitación y lo mismo hizo su dama en una cortina de humo, tal como hubiese hecho antes.

    «¿Qué fue todo eso?»

    Reunió las fuerzas y se puso de pie. Estaba un poco mareado, pero logró enfocar la mirada. Vio hacia abajo y, efectivamente, todavía tenía la ropa sucia que vestía bajo la armadura. Al caminar notó que algunos dolores que él esperaba sentir estaban ausentes de su cuerpo, como las costillas rotas del enfrentamiento anterior.

    «¿Magia de sangre?»

    Se asomó por la puerta que la princesa dejó abierta y vio un gran cuarto de baño, quizá tan grande como la habitación en que había despertado. Se preparó para asearse y notó que la habitación incluía un espacio en el piso similar a las termas romanas, aunque de menor tamaño, del cual salía constante vapor. Sin perder oportunidad, entró en esas aguas tibias y se sentó, sumergiéndose hasta los hombros.

    «Así que de esta forma viven los ricos», pensó mientras observaba el vaivén del agua.

    Súbitamente el vapor de agua fue desplazado por una nube de niebla carmesí que se materializó cerca de él y desde su interior habló una voz.

    ―“Asesinados de maneras que prefiero no describir por esta vía” ―era la voz de la princesa y estaba citando su carta―, ¿por qué no?, ¿quieres proteger mi frágil corazón de doncella?

    Instintivamente se cubrió un poco con las manos y juntó las piernas bajo el agua.

    ―No creí necesario describirlo en más detalle, muerte es muerte y punto. En todo caso, ¿tenemos que hablar ahora mientras estoy aquí?

    Se oyó una risita desde la nube, que parecía vibrar con el sonido que de ella salía.

    ―Un humano sin ropa esconde pocos secretos. Ah, pero uno sin uñas, sin ojos o sin piel… Bueno, habrá que ver qué tanto te entusiasma decir la verdad.

    Estaba un poco confuso. ¿Acaso no había sido rescatado por la princesa?, ¿por qué parecía un poco antagónica ahora?, incluso bromeaba con la idea de someterle a algún tipo de tortura para sacarle la verdad, pero, ¿verdad sobre qué?

    ―Pregúnteme lo que quiera, su alteza ―no quería evidenciar su confusión total y que se interpretara como una respuesta evasiva.

    Hubo un suspiro más de molestia que de cansancio desde el otro lado de la nube rojiza.

    ―¿Qué hacías fuera de mi dominio?

    Repasó su camino en la mente antes de responder.

    ―Una de esas sombras huyó con vida y pensé que sería una ventaja para usted ver dónde anidaba o, peor, saber si alguien la enviaba en contra de sus tierras, mi señora.

    ―¿Y?, ¿sacaste algo de ese viaje o solo fuiste a casi morir?

    No podía desmentir eso último, así que se limitó a informar lo que encontró.

    ―Hay insurgentes en su contra que están organizados y tienen extraños rituales para crear esas bestias de las que escribí en la carta. Algunos hablaron de traidores cerca del castillo.

    La nube carmesí se acercó repentinamente y le envolvió el rostro, obstruyendo su visión por completo. A los pocos segundos veía un oscuro pasillo con algunas antorchas en los muros, la princesa estaba frente a él.

    ―Bienvenido ―le dijo con una siniestra amabilidad―, éste es mi Pasillo de la Igualdad. Aquí todos los invitados se convierten en sangre o bolsas de carne para alimentar a los gatos, todos quedan igualitos al final del proceso ―la princesa abrió una puerta al costado del pasillo, revelando un ataúd de cristal con púas apuntando hacia dentro―. Mira, éste es un exprimidor, debajo hay un contenedor para evitar que se pierda sangre… ¡Ah, tranquilo, puedes mirar, no hay nadie usándolo ahora mismo!

    No era como si pudiese negarse, la visión del pasillo se movía por sí misma e incluso parpadeando o cerrando los ojos no perdía la imagen del sitio. La única razón por la cual podía estar seguro que no estaba junto a la princesa era la sensación del agua en torno a su cuerpo, pero eso solo le hizo imaginar qué se sentiría estar inmóvil mientras su sangre le rodeara en un cálido último abrazo, antes de abandonarlo para convertirse en alimento. De todos modos, intentó mantener la compostura.

    ―Entiendo, pero, ¿por qué me muestra esto?

    Los labios de la princesa le enseñaron una amplia sonrisa que exhibió sus afilados colmillos y ésta solo siguió avanzando, dando pequeños brincos hasta otra puerta.

    ―¡Ah!, ups, no puedo abrir ésta, acá dentro hay carne de traidores ―dijo sonriente dando un par de golpecitos con sus nudillos―. Supongo que puedes imaginar el siguiente capítulo de sus vidas.

    Desde dentro solo se escuchó el ruido de cadenas, muchas cadenas que empezaron a moverse como respuesta a los golpes de la princesa.

    ―Mi señora, antes de estar aquí yo me dedicaba a cuidar ovejas y espantar ladrones, perdone mi ignorancia…

    ―Esas cosas que viste no eran simples monstruos ―respondió ahora seria y sin rodeos, mirándolo directamente a través de la nube―. Las criaturas del vacío son oscuridad hecha carne. Existen para devorar lo que no es suyo, están hambrientas de forma, vida, propósito… Deberían encontrarse selladas más allá de lo que tu pequeña mente de humano puede imaginar, pero si están apareciendo en este mundo sin los rituales correctos, es un problema grave.

    ―¿Rituales…?, alteza, algunos de los traidores que vi estaban haciendo magia para traer a esos monstruos. Abrían el vientre de un muerto y con un hechizo…

    ―¡Sí, sí, eso es!, sabía que asustarte era la opción correcta ―exclamó emocionada, aunque su expresión volvió rápidamente a la seriedad―. Pero, en ese caso está confirmado. Hay traidores en el castillo y están filtrando los hechizos.

    ―También hablaron de crear uno muy grande, capaz de atacar el castillo ―mencionó Anatol mientras repasaba las palabras de quienes le atacaron la noche anterior.

    El rostro que antes se veía emocionado y luego serio, ahora se convertía en ira pura.

    ―Serás convocado a la brevedad, tengo que ocuparme de algunos asuntos.

    Sin cambiar de expresión, la princesa alzó la mano derecha hasta la altura de su boca y la convirtió rápidamente en un puño, como si atrapase un insecto. De forma instantánea se oyó una especie de explosión húmeda tras la puerta cercana, la sangre que se filtró por el marco de la misma daba a entender lo que acababa de ocurrir.

    Si esas criaturas eran hambre infinita, no cabía duda de que la princesa Himea D'Almaria era sed de sangre hecha mujer.

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